Discurso pronunciado por Plácido Morales Vázquez, al recibir la presea Ignacio L. Vallarta.

 Discurso pronunciado por Plácido Morales Vázquez, al recibir la presea Ignacio L. Vallarta.

Club de Banqueros
Ciudad de México; 28 de junio del 2019.



La Nación Mexicana, en distintas épocas ha acumulado demandas que provienen de sentimientos y reclamos profundos, estas se recargan de energías dinámicas que demandan cambios en la vida social, estas a la vez, impulsadas por las fuerzas sociales deben convertirse en Leyes. Leyes jurídicas porque las Leyes de desarrollo social ya son manifiestas, falta hacerlas norma que horma la vida nacional.

Ahí la tarea de la ciencia jurídica y de los profesionales del Derecho, buscar y encontrar el justo medio entre el ser y el deber ser.

En qué tiempos estamos y a qué realidad nos enfrentamos los mexicanos, es suficiente el orden jurídico nacional o insuficiente ante una realidad social convulsa, que requiere leyes exactas para un pueblo de medidas inexactas.

Este es el primer desafío al quehacer de los abogados, como hacer de la Ley un algo así como una “vara de la justicia”, que adapte o adopte lo real a lo formal, de un sistema jurídico cuya gramática sintetice al abigarrado mundo de la moral, la justicia, el bienestar, la seguridad y la paz.

Recordemos a Emilio Rabasa, quien a principios del siglo pasado dijo sobre la constitución del 57, que ésta era tan perfecta “que se omitió” el estudio del pueblo para quien iba a dictarse ésta: en vez de hacer la armadura ajustándola al cuerpo que debía guarecer, se cuidaba de la armonía de sus partes, de la gallardía de las proporciones, del trabajo del cincel, como si se tratase de una obra de arte puro sin más destino que la realización de la belleza. La perfección fue tal que imposibilitó su vigencia, y 60 años después, en 1917 tuvimos que darnos otra Constitución, que recogiera los sentimientos de un pueblo que no solo demandaba libertad si no también justicia social.

Dónde estamos ahora, después de un siglo de nuestra última Constitución, adicionada y reformada, tantas veces como lo demandó el ejecutivo en turno, ante una dicotomía:  los mexicanos hacemos leyes ideales o vivimos en el desapego a la Ley, cómo hacer entonces para no idealizar la Ley de tal manera que su exaltación no sea obstáculo para su obediencia y aplicación, seguramente abrevando en la necesidad social, de hacer leyes que sean no solo producto de la inventiva o de la imitación si no de normas cuya fuente sea el basamento de la sociedad mexicana, la comunidad y la región, los pueblos, las etnias y la cultura popular.

Se habla de transformación y es una verdad, porque el mundo se transforma, sorprendidos nos admiramos como la ciencia y la técnica dieron un vuelco a nuestras vidas, hace 60 años la novedad fue la televisión, hace 50 cuando comenzó la era atómica y la conquista del espacio, hace 30 se inició el reinado de las computadoras y los cerebros cibernéticos que aumentan las capacidades de la inteligencia humana, y más reciente la telefonía celular que nos alcanza a casi todos, hace la vida privada más pública, acerca y aleja a la vez, pero es el más sorprendente instrumento de la transformación social; el adelanto de las comunicaciones y la transportación reducen las distancias que han hecho del mundo una aldea global, y dan base al capitalismo  moderno y con ello a las grandes empresas transnacionales que globalizaron todo y hacen más vulnerable la soberanía de las naciones.

El avance científico y tecnológico genera una transformación en la vida social, que es necesario adaptarla, regularla, complementarla al orden público o al orden del Estado, es decir, hacer leyes e instituciones políticas que conduzcan en su ritmo al vertiginoso movimiento de la sociedad.

Cuál debe ser el papel de nosotros los abogados en la transformación; en el aula aprender y enseñar, en el foro como dijo Alfonso el Sabio “ser un caballero del derecho y un guerrero de la Justicia, en el cubículo metódico para estudiar la teoría sin olvidar la práctica”. Reflexionemos entonces los bruscos cambios en el mundo y en nuestro país, la inmediatez, la cercanía de unos a otros han generado una intensa comunicación y crítica a nuestros problemas nacionales, en consecuencia estamos cada día más cerca del ser un país de ciudadanos, que no lo éramos o no lo somos, el ciudadano mexicano es una posibilidad y que nace con esa potestad jurídica, pero un ciudadano pleno es quien está educado e informado, y con estos elementos ha alcanzado una conciencia cívica, por la que cumple y demanda el cumplimiento de la Ley, si hay ciudadanos plenos se puede ejercer la libertad y se puede lograr la igualdad, entre gobernantes y gobernados. Este equilibrio entre conciencia, ciudadanía y orden jurídico observado y aplicado son los componentes del tan anhelado Estado de Derecho, meta y estado de gracia en que anhelamos vivir los mexicanos.

            Transformación real sin modernización jurídica es una contradicción. Dijimos que el mundo cambió vertiginosamente por el avance hasta hace décadas insospechado de la ciencia y de la técnica, estos logros del pensamiento cambiaron el destino del derecho, en su concepción, práctica y desarrollo.

Se ha dicho inclusive que lo caduco del orden jurídico es un obstáculo para el cambio social. Para que eso no sea una verdad, cambiemos el orden jurídico, hagamos de la Ley como dijo Rabasa; “uno de los elementos que contribuye poderosamente no solo a la organización si no al mejoramiento de las sociedades”.

Si confiamos en que la Ley puede hacer de los ciudadanos fuerza para el progreso moral de la nación, estaremos construyendo el andamiaje legal para hacernos otros, distintos a lo que somos hoy, si con leyes justas nos hacemos otros como afirmó Octavio Paz: “sentirnos otros para no ser nosotros mismos” podremos construir un país que en la igualdad y la libertad lo vivamos en una sociedad democrática, organizada, conformada y conducida en un Estado de Derecho en el que haya una búsqueda constante y contumaz de la justicia.

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