Discurso pronunciado por el Doctor Plácido Morales Vázquez en el Palacio de Bellas Artes con motivo de “Chiapas-Mexicano”
14
de septiembre de 2022
El
30 de marzo del año 1996, en este Palacio de Bellas Artes pleno y pletórico
de gente, se escuchó la poesía y la voz de Jaime Sabines, lleno aquí y saturado
afuera en las pantallas, el pueblo escuchó a su poeta y rio, lloró, se cimbró y
amó en la palabra cargada de dolor y de amor del poeta.
Alguna
vez, invité al poeta a un festejo como este y él me dijo: “Por qué nosotros
festejamos, debía festejar México entero, si Chiapas vino a México”; y agregó: “México
aún no viene a nosotros”.
He
reflexionado sobre ese comentario y México ha venido a nosotros y está presente en nosotros, desde los tiempos
del Tlatoani Tizoc, cuyos ejércitos al mando del Tiltotl abrieron las rutas
hacia la tierra de la chía y por el litoral del pacífico avanzaron por esteros
y manglares hasta Nicaragua; las huellas de los Mexicas quedaron en la refundación de nuestros pueblos
Zoques: Coyatocmó convertido en Tuxchtlán, sobre la discordia entre los señoríos de Javepacuay y Totxipicuay
se fundó Ocozocoautla, Huehuetán en la región Mam e Ixtapa en Zotz-deb (lugar
de los murciélagos) fundaron Zinacantán e Ixtapa en tierras Zotziles.
En
1528 el México que se levantaba sobre las ruinas de Tenochtitlán, lanzó la
expedición del español Diego de Mazariegos y por el golfo atravesando las montañas
de Quechula, más allá del gran río fundaron Chiapa de los Indios y sobre las
montañas del valle de Jovél la Ciudad Real de los españoles.
Desde
Salamanca partió la peregrinación de los 47 Dominicos encabezados por Fray Bartolomé
de las Casas, cuyo escribiente, Fray Luis de Casillas legó a la posteridad puntual
narración del andar por los medievales caminos de Castilla, para embarcarse en
la Barra de San Lucas navegaron hasta las playas de Campeche, de ahí hasta
Ixtapangajoya, llegaron vivos sólo 38, y por aquellas infranqueables
montañas arribaron a Ciudad Real de Chiapa, para fincar el primer obispado con
Fray Bartolomé, aquel infatigable dominico que sostuvo en la polémica indiana: “Uno
es todo el género humano.”
Chiapas nació, hace cinco siglos, a la cultura mestiza de la peregrinación de los misioneros
quienes con la cruz convirtieron a la fe católica y la expedición del conquistador
y el hierro de los encomenderos, con la espada impusieron el habla castellana y,
en el vientre materno de las madres indias, fecundaron la sangre chiapaneca.
Los
españoles, por tres siglos, pretendieron someter a los pueblos originarios. Muchos se
remontaron a las montañas para refundar sus pueblos, preservar su lengua, su
modo de ser y su libertad, por esa indómita rebeldía sobrevivió el zotzil, el tzeltal,
el chol, el tojolabal, el maya, el kachiqkel, el mam, el mochó y todo ese
abigarrado mosaico de lenguas antepuestas al castellano.
Al
comienzo del Siglo XIX cuando el pensamiento liberal se hizo movimiento
político en América y rompió en cadena la dependencia de la Corona española,
México fue precursor de los movimientos de independencia en América, pero
también quien libró la más prologada y sangrienta guerra, al consumarse la independencia,
comenzó el vaivén de la provincia de Chiapas y de la gubernatura del Soconusco.
Libres
de la Capitanía General de Guatemala y de la Corona por la declaración de
independencia de los ayuntamientos de Comitán, San Cristóbal, Chiapa y Tuxtla en
agosto y septiembre de 1821, Chiapas se adhirió al fugaz Imperio de Iturbide, eligiendo
su representación ante el Congreso Nacional; duró poco el gusto monárquico,
Iturbide abdicó. El Congreso disuelto y vuelto a disolver motivó el retorno de
la diputación chiapaneca a su lejana provincia para comenzar una nueva etapa de
definiciones.
Aquellos
años de rumbo nacional indefinido, de eternas discordias cuyo incipiente origen
es el mismo hasta hoy, quienes pretendían la independencia absoluta y quienes sólo
querían separarnos de la Corona con el colonialismo dentro.
Chiapas
estaba entre dos caminos: Centroamérica o México, de aquel mes de abril de 1823
en que se disolvió el imperio, México se gobernó por una Regencia y Chiapas por
una Junta Provisional Gubernativa, después convertida en Suprema Junta Provisional.
Mi
propósito no es hacer una minuciosa crónica de esos tiempos, sino buscar las
causas y las razones dadas para el proceso que concluiría con un plebiscito,
cuyos resultados rememoramos hoy.
La
Suprema Junta Provisional Gubernativa compuesta por representantes de los
partidos regionales de: Palenque,
Ixtacomitán, Ocosingo, Simojovel, Huixtán, Comitán, Chiapa, Tuxtla, Llanos,
Soconusco, Tonalá, Tila, San Andrés y Ciudad Real; estaban representados por
militares y religiosos, lo más ilustrado de ese tiempo, el seminario era en ese
tiempo prácticamente el único reproductor de la cultura, y entre las enseñanzas
escolásticas se filtró el vigor de las ideas de la Revolución Francesa, los
sacerdotes aparecieron en el umbral histórico de la configuración de México y
Chiapas como los nuevos dirigentes de las ideas políticas avanzadas.
En
esos años de 1823 a 1824 entre las discusiones de la Junta Suprema, sobre si
Chiapas seguía incorporado a México o si se integraba a la naciente Unión de Provincias
Centroamericanas, Lucas Alamán ministro del interior de México, comunicó a la
Junta Suprema, que Chiapas estaba en libertad de decidir su propio destino.
La
Junta Suprema deliberó y el 23 de marzo del 1824 se decidió convocar a un
ejercicio plebiscitario en los 14 partidos, cuyo escrutinio fue el 12 de septiembre
en Ciudad Real, y el dictamen de la Junta fue 96 mil 829 votos por la
incorporación a México, 60 mil 400 por Guatemala y 15 mil 724 indecisos. El 14
se leyó en Ciudad Real el bando solemne en el que declaraba a Chiapas formal y
definitivamente unido a la naciente Federación Mexicana.
La adhesión a México generó resistencia en
Tuxtla, cuando su representante Joaquín Miguel Gutiérrez informó al cabildo,
éste no reconoció el resultado del plebiscito; en el Soconusco el representante
Esquerra viajó de Tapachula a Ciudad Real con el voto en favor de México, en su
ausencia fue desconocido y se convocó a una asamblea pública en la que
determinaron regresar a la antigua Guatemala, los ayuntamientos se declararon
en suspenso y en el Soconusco se mantuvieron autónomos, hasta que en 1842 Santa
Anna ordenó la ocupación militar de la región.
El
bando solemne declaraba a la provincia de Chiapas integrada a la República
Mexicana, como una entidad de la Federación con los límites territoriales que
la conforman desde los tiempos de su pertenencia a la Capitanía General de
Guatemala.
Definir
los límites nacionales entre Guatemala y México fue un largo y sinuoso proceso,
las negociaciones comenzaron desde el final de los años 60 del siglo XIX, continuaron
por una década hasta que el cartógrafo García Cubas determinó la línea
divisoria de la boca del Suchiate hasta el nacimiento del Usumacinta, complejo
y riesgoso tiempo en que la frontera sur vivió en la zozobra, hasta que Don Matías
Romero e Ignacio Mariscal concluyeron con la definición de límites aceptados
por el presidente Barrios y ratificados en la Asamblea Guatemalteca y el Senado
Mexicano en 1895.
Chiapas
vino a México, en la palabra y el martirologio de Belisario Domínguez, México
llegó a Chiapas con las reformas y la justicia social en la división 21 del
General Castro quien con la Ley que se conoció como de “liberación de mozos”
rompió las ataduras feudales de los peones del campo.
Chiapas
vino a México en el lúcido pensamiento jurídico de Emilio Rabasa, en la palabra
justa de Luis Espinosa en el Constituyente de Querétaro.
Así
Chiapas vivió el pasado hasta hoy, ¿qué es Chiapas y cómo es? es una realidad y
una idea, que subsiste en su universo natural y cultural, en su geografía
delimitada de Centroamérica por una frontera frágil y convencional, en la que
se define un mapa territorial cubierto todavía de bosques y selva, surcado por
ríos, separados por montañas que trazan regiones, y valles forjadores de
pueblos diferentes, pero unidos por el principio de una existencia común.
Ese
es el Chiapas natural, sobre él se asienta un Chiapas presente e ideal, abierto
y externo que se hace más existente en el hacer y el pensar de su gente, de
quienes cultivan la tierra, tejen el colorido de las vestimentas, comercian en
plazas y caminos, en los trabajadores que en su recia labor construyen
edificios y presas; quienes enseñan en las aulas, investigan para la ciencia
conocimientos y también la práctica ancestral para la atención de las
enfermedades; para el saber de la ciencia, la conservación de los bosques y
suelos, el aprovechamiento agrícola para la producción de alimentos, el
inventario y la conservación de nuestra fauna y flora.
Lo
nuestro es presencia en nuestro arte literario en la narrativa de Rosario
Castellanos, comiteca universal quien retrató para la humanidad: el dolor de la
expoliación de los indios, el abnegado sufrimiento de las mujeres ladinas e
indias sometidas por la dominación patriarcal, origen y causa del incipiente feminismo
predicado por ella desde hace 6 décadas. La voz del arte chiapaneco ha resonado
en este Palacio de las Bellas Artes en las dos comparecencias de Jaime Sabines,
en Federico Álvarez del Toro dirigiendo la Sinfónica Nacional acompasada de la
marimba y el prodigio de Zeferino Nandayapa aquí mismo, en este Palacio en los
días del temblor de 1985. Por eso Chiapas es idea y presencia, aquí escuchamos
a Laco Zepeda y el serpentín de sus cuentos y hace unos días en la Sala Ponce
homenajeamos al poeta Oscar Oliva.
Ese
Chiapas presente es el Chiapas Mexicano, al que debemos darle más presencia
nacional, al que debemos conocer más, para ello buscamos en el pasado el eterno
retorno a la duda ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? venimos de allí, donde se
encuentran las expediciones y las peregrinaciones, que después se mezclan con
otras migraciones; la de los pueblos afroamericanos, la de los alemanes que
vinieron a cultivar el oro verde del café, la de los chinos, japoneses,
libaneses y árabes que se asentaron por donde pasaba el tren, eso somos, una
mescolanza de sangres y costumbres, venimos de un ejercicio no visto en los
siglos pasados, un plebiscito para definir una nacionalidad, que hoy
conmemoramos, hacemos memoria reflexiva con el instrumental de la historia, la
historia nos enseñará, porque ningún presente nos explicará el pasado, pero lo
pasado puede avistar el porvenir.
Chiapas
hoy es la alegría de las fiestas patronales; las marimbas en las plazas, la
algarabía de las barriadas en la rueda de la fortuna, alegre y fugaz como la
propia vida, en el resonar de las marimbas a cuyas maderas los artistas
arrancan sonidos y armonías vivas en las que subyace el alma popular, es
festivo en el sonsonete de los parachicos, en el redoble rítmico del tambor y
el inagotable silbar del carrizo del carnaval de Coita.
Chiapas
huele al incienso de los templos y a la pólvora de la cohetería de algún
festejo combinado con el colorido de los trajes típicos tejidos por las manos
prodigiosas de las indígenas, es también el estupor de contemplar sus bellezas
naturales y el reducto de los mayas perdidos en la noche de los tiempos: la selva
de los lacandones.
Ese
es el Chiapas alegre y festivo, pero hay otro Chiapas el del dolor que nos
duele, el de quienes sin ser nuestros son también hermanos: los migrantes
expulsados por la miseria quienes cruzan fronteras en el afán de alcanzar el
sueño americano, el de los indígenas sin caminos, sin escuelas, sin salud,
esperando en la desesperanza, el de las mujeres indígenas que al dar vida
entregan la propia, el de los jóvenes sin oportunidad de escuela o de trabajo,
el de la deforestación y la destrucción de los bosques y la selva, el de la
doliente arpa y guitarra de los parajes indígenas con la que suena al viento su
apagada alegría de vivir.
Todo
en Chiapas es México, se dijo hace 50 años, es México desde los montes del
cacao y del café del Soconusco, de la sierra cuya vertiente riega por Tonalá y
Pijijiapan los mares y lagunas del Pacífico, en “todo Chiapas es México” desde
el Jovél o del Junchavín, desde las montañas de Mezcalapa, las lagunas de
Catazajá, los montes y las cañadas de la Lacandona, las praderas de Pichucalco
y de Palenque, los maizales de la Fraylesca, los valles de Cintalapa y
Jiquipilas y las múltiples regiones de Ocozocoautla, es México en la cuenca del
Grijalva que baña a tantos pueblos: Chiapa y Acala, Ixhuatán y Osumacinta,
Chiapas es México en Palenque y Yaxchilán, en el hermetismo religioso de San
Juan Chamula y en las manos que modelan el barro.
Ese,
el Chiapas que un día como hoy de hace
198 años abrió a la historia su declaración de ser mexicano, ese Chiapas que
hoy nos une, nos obliga a conocerlo para amarlo más, a descifrar su entrañable
misterio oculto en las piedras de Toniná y de Izapa, en el observatorio de Palenque
donde por siglos los antiguos mayas contemplaron el eterno movimiento de las
estrellas, ese Chiapas olvidado en la noche de La Colonia, revivido por quienes
nos hicieron más mexicanos, ese Chiapas festivo, melancólico, triste, doliente
y desafiante. El Chiapas que nos une, nos motiva a pensar y trabajar para
hacerlo mejor, más nuestro, esa tierra que invade el afán de vivir Chiapas
donde quiera que vivamos.
Viva
Chiapas, Viva México, Viva Chiapas Mexicano.
Comentarios
Publicar un comentario