Discurso de Plácido Morales Vázquez para la ceremonia de investidura de Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
Teatro Universitario
UNICACH
En el verano de 1968 a esta distante provincia llegaban noticias de que en la Ciudad de México un movimiento de estudiantes desafiaba al Presidente de la República, aquí en Tuxtla en reuniones, en los cafés, algunos jóvenes más informados comentaban lo que ocurría en la capital y a la distancia, con la parcialidad informativa; no alcanzábamos a comprender aquel movimiento; similar a la primavera de Praga y al Mayo en París: muchedumbres juveniles en calles y plazas al grito libertario de “hagamos lo imposible”.
Entonces yo asistía a la preparatoria en el ICACH de San Roque, pero nadie en ningún aula, ni pasillo, mencionó lo que ocurría en la capital. Una vez algunos jóvenes intentamos hacer una reunión, a la que solo acudimos 4, así transcurrió agosto, en septiembre la grave voz del Presidente dijo: “las injurias no me llegan, las calumnias no me hieren y el odio aún no nace en mí”; semanas después escuché en la radio local: que el 2 de octubre, había ocurrido un enfrentamiento en Tlatelolco, en el que un general había sido herido y resultaron 3 estudiantes muertos, la gran mentira con la que intentaron ocultar una masacre de estudiantes, que persiguió a ese gobierno como una excomunión.
También en ese año se celebraron las olimpiadas de México 68. A un lado había quedado Tlatelolco, teatro del más grave acto de represión contra la juventud; que marcó el principio del fin de un México sepultado, en las baldosas de la plaza de las 3 culturas el 2 de octubre del 68, y después entre los escombros del temblor del 19 de septiembre de 1985, así en la capital del país poco a poco se fue enterrando un México en el que no pasaba nada, para la emergencia de otros Méxicos más activos, más hacia la provincia, menos desinformado.
En 1971 ingresé a la Universidad Nacional, en las aulas de la Facultad de Derecho, en los auditorios y en los debates diarios en Ciudad Universitaria el 68 estaba vivo, y que esa crisis de la conciencia que evidenció la conciencia de la crisis, impactó a mi generación, y de esta, generación a otras hasta las de hoy a 50 años de esos tiempos de fulgor juvenil, de sueños y de perseguir ideales, ilusos en creer que los jóvenes podríamos cambiar al poder; el desengaño no tardó, cuando los estudiantes volvieron a las calles otra vez los fusiles y las varas en manos de otros jóvenes entrenados como paramilitares, desataron la violencia homicida aquel 10 de junio de 1971, jueves de corpus. Yo iba en la manifestación y viví el miedo, el terror masivo al poder del Estado desencadenado en la represión sin cuartel, se hablaba con el cambio de gobierno de apertura democrática, parecía había llegado Quetzalcóatl, pero ¡no! era el mismo Huitzilopochtli de Tlatelolco.
El movimiento estudiantil del 68, la emergencia electoral del 88, la insurgencia indígena aquí en el 94 demostraron que la exclusión, genera siempre una reacción, es evidente de que cuando algo no embona entre lo real y la forma, entre el modo de ser nacional y las instituciones impuestas por el poder generan reacciones de rebeldía social, que algo nos dejaron claro, desde los años del México Independiente, no podemos, no debemos vivir con instituciones políticas imitadas o prestadas, debemos encontrar las nuestras, ninguna imitación va a perdurar: ni la autonomía municipal en pueblos de caciquez, ni el federalismo en un país central, ni la democracia liberal en un mundo donde subsisten rezagos feudales, la democracia mexicana, eso debemos hacer una democracia mexicana a la mexicana.
50 años han pasado desde aquellas gestas de la juventud, desde entonces, avances científicos y tecnológicos y fenómenos naturales inesperados marcaron este tiempo en Chiapas, conocimos la televisión, se fundó la Universidad, varios huracanes devastaron regiones, nació un volcán que sepultó bajo ceniza un pequeño mundo cercado por la marginación y la pobreza, un tapón de la naturaleza cambió el curso del Grijalva y junto a la comunicación cibernética se dio el alzamiento Zapatista, que cimbró a México y por la justeza de sus banderas conmovió al mundo. En 1994 con el tratado del libre comercio comenzábamos a soñar con la modernidad del primer mundo, pero aquel primer día de enero despertamos aquí en este Chiapas, con la pesadilla centroamericana, que hoy con la diáspora que cruza nuestras fronteras está más presente; en las demandas de siempre: trabajo, comida, techo, justicia ese ideal dicho desde 1880 por Justo Sierra: El pueblo de México tiene hambre y sed de justicia.
La generación del 68 por su espontaneidad dejó con aquella lección de alegría juvenil, de reclamo pacífico en un solo grito: libertad, una semilla germinando. La universidad se convirtió en campo para la discusión de los problemas nacionales, la crítica y la resistencia contra un mundo que ya no debía de ser, el arte abrió sus alas a los 4 vientos, la poesía dejó la cursilería y cantó a la vida, la muerte y al amor de carne y hueso y, también al sufrimiento por causa de la injusticia.
La música dejó de ser las monocordes baladas de galanes escuálidos y novias de México, para dar en la música joven ritmo, melodía y mensaje de amor y paz, en la literatura dijo Octavio Paz comenzaron a desenmascararse a las palabras, solo la política no cambió, siguió el partido único, el lenguaje átono, del poder omnipresente, el que daba empleo y proyección burocrática, a cambio cancelaba el pensamiento, la crítica, la oposición al poder, la libertad de escribir, de votar por partidos políticos auténticos, hasta la otra sacudida, la insurgencia ciudadana en 1988, cuando otra vez en Ciudad Universitaria, Cuauhtémoc Cárdenas arrancó una ola opositora al régimen de partido único, otra vez los jóvenes, otros jóvenes dieron el impulso a nuevas fuerzas políticas para hacer un sistema de partidos principio de la democracia electoral en que ahora vivimos, y que permitió el cataclismo electoral de julio pasado.
En 1983 regresé a la Universidad Nacional, ya como profesor por asignatura de Teoría General del Estado primero, después alcancé la titularidad de la catedra de Teoría Política, en las aulas de la Facultad de Derecho, por 10 años busqué enseñar el deber ser con el ser de la realidad social a la que debe ajustarse toda Ley, principio de muchas de nuestras especulaciones con las que pretendemos explicar nuestros rezagos sociales. El conflicto entre lo formal y lo real en nuestro México y en Chiapas, porque no nos ajustamos al valor que encierra toda Ley, a los principios de la moral política que guarda la Constitución; qué mejor idea de democracia, de nacionalismo, de ciudadanía y de organización representativa del Estado que la de la Constitución, buena Ley pero gobernantes y gobernados distantes de ellas; cuando los valores, de la Ley no su letra la hagamos conciencia, viviremos en el anhelado Estado de Derecho.
Así lo entendí, así lo entiendo y así lo prediqué en las aulas, pero ninguna Ley es para siempre, es como la vara de Lesbos de la que hablaba Aristóteles, que se ajusta a la piedra que mide, y esta piedra cambia, pero no deja de ser piedra, eso somos, piedra de los sacrificios pero también piedra del sol, piedra de los templos y los conventos de la colonia pero también piedra labrada de Pakal, piedra de Toniná y pirámide truncada, no hay vértice en el poder público es, chato en la cúspide, en este año del 2018 el pueblo nos dijo no al vértice, sí al vórtice, para que regresemos al basamento de piedra y tierra de la sabiduría popular acumulada por 5 siglos y más, para que regresemos a nuestro origen, pueblo indígena, mestizo y criollo que aspira a vivir en la democracia mexicana, a lo mexicano.
El querer explicar quiénes somos, me hizo hurgar el pasado, indagar en lo posible de dónde venimos y quiénes somos, nadie que pretenda asomarse al umbral de nuestro ser podrá entenderlo, si no vuelve la vista atrás en el tiempo, lo que la vida del pueblo dejó a su paso, ideas, pensamientos, hechos a veces desencadenados por las ideologías, otras por la opresión de la injusticia, esos acontecimientos son lo que conocemos como historia, en tanto más nos aproximemos a la realidad pasada la historia dejará de ser leyenda para convertirse en verdad, así he buscado deshacer los entuertos del mito que nosotros mismos los chiapanecos creamos, desde la leyenda del Sumidero hasta la decisión de ser mexicanos por la libre voluntad del pueblo, la historia quizá sea la ciencia social más cargada de propaganda por el vencedor o sus herederos. Para ello el vencido tiene derecho a la réplica histórica, así un pueblo puede y debe conocer la verdad y sobre esa verdad desmitificada, continuar reescribiendo su historia.
Nos remontamos medio siglo, 50 años para entender a los jóvenes y a las universidades. Los jóvenes fueron y son los agentes del cambio y las universidades el bastión de la idea y de la acción. Cuál es el futuro de las universidades en referencia al paradigma de la Universidad Nacional, cuál es el papel ahora de los estudiantes y las universidades públicas, uno hacia adentro: forjar a los jóvenes como en un crisol, un espíritu sensible para el arte, los valores morales y la estética y un conocimiento científico y técnico para comprender la realidad, otra hacia afuera la universidad está comprometida a formar profesionales que vayan hacia la sociedad, no con un título bajo el brazo para buscar un empleo en las filas de la burocracia, si no verdaderos universitarios capaces de emprender con sus conocimientos y conciencia: la transformación de esta realidad chiapaneca.
Regreso al ICACH ahora UNICACH, para recibir este Doctorado Honoris Causa, que acordó el Honorable Consejo Universitario, y que lo merecen muchos, yo lo recibo en nombre de esos muchos que enseñan en las aulas, quienes viven como dijo Pasteur “en la paz serena de los laboratorios y de las bibliotecas”, de quienes en esta Universidad investigan para la ciencia y para el arte. De quienes en el aula y en el campo estudian las ciencias naturales para la salud y la alimentación de nuestro pueblo, de quienes en el conocimiento de las ciencias sociales indagan sobre nuestro pasado y nuestra realidad presente, recibo este doctorado a nombre de los muchos quienes investigan nuestro arte popular para que no se pierda la memoria y tengamos presente quienes somos.
Recibo este grado que me enaltece y compromete con los muchos que hicieron la UNICACH, a los héroes que no conmemoramos porque no mataron o no murieron trágicamente, pero que a diario compartieron su saber en las aulas del antiguo ICACH. El Maestro Cheo Mellanes y su texto de lógica; Eduardo J. Albores y sus enseñanzas sobre la historia universal, Jacobo Pimentel y sus lecciones de historia de México; Andrés Fábregas Roca y las lecciones de filosofía, Guadalupe Méndez Toscano y su enseñanza sobre ética; Manolo Cal y Mayor, y muchos que son presencia y existencia del ICACH ayer de la UNICACH de hoy.
Recibo la investidura de Doctor Honoris Causa, que me compromete a dar más de mí, para saber algo más, y entregarlo al conocimiento de lo nuestro, para que de conocer a Chiapas lo amemos más, como se ama la tierra y a su pueblo que nos hace, como se ama lo que es propio como nuestra sangre y nuestra palabra, como se ama el conocimiento que desentraña el misterio de los siglos, por lo que se condenó el Doctor Fausto en la Tragedia de Goethe, recibo el Doctorado Honoris Causa de la UNICACH que me compromete en nombre de muchos, entre los muchos están todos ustedes queridos amigos y amigas. Salud.
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